Cotilla

Ubicación: Sala 8. Belle Epoque (1898-1914)

Cronología: 1750-1760

El canon de belleza y el ideal de feminidad varían en cada momento histórico. Desde la Edad Media y hasta el siglo XVIII la moda femenina se había caracterizado fundamentalmente por la ocultación del cuerpo. El discurso patrístico incidía en el carácter pecaminoso de la naturaleza femenina por lo que era necesario ocultar el cuerpo que era concebido como una fuente de pecado.

Sin embargo, a comienzos del siglo XVIII Francia impulsó una transformación estilística que revolucionó la moda europea y en la que jugó un papel determinante la nueva mentalidad ilustrada. La indumentaria pasó de la solemnidad medieval a la coquetería ilustrada que permitió dejar al descubierto el escote y los antebrazos. El cambio estuvo protagonizado por una pieza de ropa interior que es el antecedente de los corsés que alcanzaron gran éxito en el siglo XIX: la cotilla.

La cotilla es una prenda de ropa interior que potencia las curvas de la silueta femenina, ajusta el talle y estrecha la cintura mediante una estructura rígida de ballenas que oprime el torso desde el pecho hasta la cintura. La prenda se cierra en la espalda mediante un sistema de cordones que ajusta la prenda como una segunda piel.

La opresión que produce la cotilla dificulta la correcta respiración y limita la capacidad de movimiento, por lo que únicamente podía ser utilizada por mujeres que no realizaran trabajo físico alguno. Su sistema de cierre impedía que las mujeres pudieran vestirse solas porque era necesaria la participación de una segunda persona que ajustara los cordones y cerrara la cotilla en la espalda.

Amelia Leira Sánchez describe la superposición de las prendas interiores sobre la que se coloca la cotilla y los ropajes que conformaban el vestido; una superposición de prendas que muestra el complejo ritual que seguían las mujeres para ajustarse al ideal de feminidad vigente en el siglo XVIII, basado en la exaltación del pecho y las caderas:

"Pegada a la carne llevaban la camisa, larga hasta debajo de las rodillas y con mangas. De la cintura a los tobillos, enaguas, y debajo, nada. Las dos prendas estaban hechas con tela de lino, más o menos fina. Sobre el torso se usaba un cuerpo con ballenas, sin mangas, atado con cordones y terminado en haldetas para poder adaptarlo a la cintura: la cotilla. Sobre las caderas, un armazón hecho con ballenas o con cañas que ahuecaba las faldas en los costados: el tontillo. Sobre las piernas, medias de seda, lana u algodón, que tenían menos importancia que las de los hombres, pues no se veían casi nunca".

Los efectos del uso de las cotillas sobre la salud de las mujeres fueron tratados ampliamente por médicos e higienistas del momento. Pero también despertaron la atención de medios de comunicación y/o divulgación en los que se alertaba a las mujeres de sus perniciosos efectos. El periódico ilustrado El Censor se expresaba así a este respecto:

“Aumenta e hincha las mamas al no dejar drenar sus humores y provocan una tos casi continua. Aquellas dulces antes, y encantadoras voces, enronquecidas casi siempre, descalabran hoy nuestros oídos. Algunas han tenido que curarse de peligrosas llagas, que las disformes cotillas, de que han tenido que usar, las hicieron ¡Y que pudiendo tal vez hallar remedio de libertarlas de estos trabajos, se estén los Físicos [médicos] jugando con el gas o con la máquina eléctrica!”.

Juan Caldevilla Bernaldo de Quirós, seudónimo de Ignacio de Meras Queipo de Llano, también publicó en 1737 Aviso de una dama a una amiga suya sobre el perjudicial uso de las cotillas, en el que se hacía eco de las deformaciones e insuficiencias respiratorias ocasionadas por su uso:

“Con el pecho comprimido apenas, pues, respiran, se forman los escirros, apostemas malignas y perdiendo el color se vuelven enfermizas, los males más se aumentan y se debilitan”.

Pese a las denuncias públicas de las malformaciones producidas por las cotillas, su uso se mantuvo a lo largo del siglo XVIII y se convirtió en el elemento clave de la moda del siglo XIX. El triunfo de la Revolución Francesa originó un cambio en las mentalidades y en la moda que impulsó un nuevo ideal de feminidad muy alejado del gusto aristocrático. La exaltación de la moda rural impuso una indumentaria de corte imperio que liberaba el cuerpo femenino mediante el uso de vestidos de talle alto y concedía una mayor libertad de movimiento. Sin embargo, la restauración de la monarquía francesa y de la ideología del Antiguo Régimen a principios del siglo XIX supone no sólo una vuelta a las fronteras vigentes antes de las Guerras Napoleónicas sino también un  regreso al encorsetamiento del cuerpo femenino. Las cotillas dieron paso a los corsés, que se convertirán en uno de los elementos centrales de la estética romántica.

El naturalista Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, explicaba así cómo se perpetúa la opresión del cuerpo femenino mediante la sustitución de las cotillas por los corsés:

“Abandonose el uso de las antiguas cotillas erizadas de ballenas y verdaderas corazas que no permitían al cuerpo la más ligera inflexión, oprimiéndole en todas direcciones: pero en cambio se conserva más que nunca vigente el de los corsés, vestido no menos incómodo que perjudicial, armado con una ancha ballena, palo o acero, cuyo único destino es mantener derecho el cuerpo, oprimiendo el pecho y vientre, y servir de punto de apoyo a las nesgas de aquel incómodo armazón para que sostengan las mamas levantadas, separadas y más aparentes (…) para echar a perder la hermosura natural del seno, e imprimirle formas viciosas y que no le competen, disminuir su redondez, su tensión y firmeza”.

Los ideales de feminidad ilustrados, revolucionarios y románticos muestran cómo evoluciona el concepto de belleza femenina de la mano de continuas transformaciones políticas e ideológicas que convierten el cuerpo de las mujeres en un lienzo sobre el que plasmar valores morales, políticos y religiosos.

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