Corsé de novia

Ubicación: Sala 8. Belle Epoque (1898-1914)

Cronología: 1900-1908

Esta pieza permite establecer un punto de conexión con la cotilla de 1750 que se analizó con anterioridad. Al igual que aquella, el corsé oprime el cuerpo femenino y limita sus movimientos. El interés de este modelo es que surge ya entrado el siglo XX y de forma paralela al auge del modernismo lo que permite preguntar si la irrupción de las vanguardias artísticas cuestiona la rigidez y opresión de la indumentaria femenina.

El siglo XX y la llegada de las vanguardias no suponen una liberación del cuerpo femenino. El modernismo, que prefería  la línea curva y la asimetría de carácter orgánico, inspirado en la naturaleza, influyó en el diseño de la ropa interior femenina mediante la adopción de líneas curvas y sinuosas. El corsé de novia  reproduce las formas sensuales y curvilíneas del estilo modernista: la opresión del vientre y las caderas, mediante una estructura completamente rígida de treinta y cinco ballenas de diferente ancho y medida, permite resaltar el pecho y el movimiento cimbreante de la cintura ensalzando la sensualidad del cuerpo femenino.

El corsé ha sido una de las prendas que más protagonismo ha acaparado a lo largo de los siglos XIX y XX. Las cotillas del siglo XVIII son el modelo estilístico que determina la forma del corsé en los siglos posteriores. La diferencia respecto a las cotillas radica en que los corsés surgen de forma paralela a la exaltación de la delgadez que se produce en el siglo XIX y primeras décadas del XX. La delgadez femenina se convierte en un valor asociado al distintivo de clase y a la respetabilidad social, aunque no es una prenda reservada con exclusividad a la mujer burguesa. El desarrollo industrial canalizó un comercio que ofrecía corsés a precios asequibles, realizados en otros materiales. La decencia moral es la línea divisoria entre las mujeres de diferentes clases sociales y el corsé es un elemento que marca la diferencia. Así se pone de manifiesto en el siguiente artículo publicado en el año 1911 en una revista de moda.

“Las mujeres que se privan del corsé tienen también parecido con otras mujeres que no son precisamente las más estimadas por la sociedad. Y como el corsé es la única garantía de que no nos confunden con ellas, a él tenemos que recurrir. En nuestra época por desgracia, no nos cuidamos tanto de este parecido. Ello resulta perjudicial. Como tenemos tendencia a dejarnos arrastrar por la costumbre, afectando cierto abandono, muchas veces vamos demasiado lejos. Con el corsé, por el contrario, no sucede esto, porque el corsé es nuestra salvaguardia. Como es sabido, el corsé nos obliga a estar derechas, a mostrar alguna firmeza en la silueta. Si lo suprimimos, pues, nuestro cuerpo revelará un abandono de mal gusto, reñido con la honestidad. Y el caso no es ese ¿Acaso todas las mujeres podemos prescindir del corsé? No, por desgracia”.

Los corsés debían cumplir tres condiciones desde el punto de vista del ideal de feminidad vigente a finales del siglo XIX: dibujar las líneas ondulantes del torso, reducir el vientre y no impedir los movimientos del busto. Las discusiones a comienzos del siglo XX sobre los efectos de los corsés se centran en si su objetivo es la opresión o el embellecimiento del cuerpo femenino. La revista La moda práctica publicó en 1908 un artículo que alertaba de que la finalidad de los corsés no debía ir más allá de asegurar la correcta proporción del cuerpo femenino sin someterlo a deformaciones ni presiones.

“No porque una cintura sea estrecha es más bonita; lo bonito es la debida proporción entre el talle y la talla; y esa proporción se conserva llevando un corsé que no haga otra cosa, a lo más que mantener erguido o recto el cuerpo, nunca deformarlo contra la Naturaleza por medio de un casi férreo blindaje. Cómo ha de resultar bonito un cuerpo de mujer al que se obliga a adoptar artificialmente y  velis nolis, a viva fuerza, una forma contraria a la que la Naturaleza le dio?”.

La prensa de comienzos del siglo XX se hizo eco de las opiniones que alertaban de las deformaciones que el uso del corsé ocasionaba en la salud de las mujeres. Un artículo publicado en la revista El arte de ser bonita señala que:

“Trastorna el aparato respiratorio al comprimir los pulmones; altera el aparato digestivo al oprimir el estómago, que adopta una posición casi vertical; desvía el hígado y maltrata la vejiga, comprimiendo el vientre; trastorna la circulación, congestionando, por consiguiente, el rostro y aplana y marchita los seños”.

En el mismo sentido se pronunció Carmen de Burgos, que denunció las consecuencias del uso del corsé en la zona uterina como posibles desplazamientos del útero,  supresión menstrual, leucorreas, uteropatías y deformaciones en los neonatos y abortos si eran utilizados por mujeres embarazadas. La opresión sobre el cuerpo femenino originó la aparición de movimientos de protesta como el que surge en Chicago y que recoge la revista El salón de moda en 1899: “Las mujeres de Chicago se han constituido en una asociación denominada  The Good Health Club, cuyo objetivo no es otro que emprender una activa campaña contra el corsé”. Las mujeres asociadas se comprometieron a no comprar, vender ni fabricar lo que ellas denominaban un instrumento del diablo.

Ya entrado el siglo XX la industria textil ofreció corsés más flexibles mediante la sustitución de las ballenas por cordones de algodón que afectaban menos a la salud de las mujeres, aunque seguían constriñendo el cuerpo a un ideal de belleza imposible de alcanzar.

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