Conjunto de ropa interior

Ubicación: Sala 8. Belle Epoque (1898-1914)

Cronología: 1900-1910

La exhibición del cuerpo se ha convertido actualmente en un negocio en el que la lencería juega un papel determinante como industria textil asociada a la sensualidad y la erótica del cuerpo femenino. La ropa interior constituye, por tanto, un elemento clave en el estudio de la indumentaria femenina y su relación con la erotización y cosificación del cuerpo de las mujeres.

Las fuentes literarias ofrecen algunos detalles sobre la ropa interior femenina utilizada en la antigua Grecia y Roma. Homero narraba en sus escritos que la diosa Afrodita cedió el ceñidor con el que esculpía su figura a Hera para que reconquistara a Zeus. Junto al ceñidor, prenda similar a los corsés y cotillas que aparecen siglos después, las mujeres utilizaban el zóster, una larga banda de paño bordada y confeccionada en lino que las jóvenes solteras se colocaban en la cintura, el apodesmo o fascia pectoralis, banda estrecha con que se cubrían los pechos, el  subligar o subligaculum, una especie de culotte o pantalón corto, y la subucula o túnica interior similar a una camiseta de algodón o lana registrada en mosaicos, frescos y esculturas.

En la Edad Media se impuso el uso de ropa interior holgada y de una única pieza fabricada en algodón o lino. Las mujeres utilizaban camisas largas que facilitan el movimiento del cuerpo y se mantuvo el uso de bandas de tela que comprimían los senos.

Ya en el Renacimiento se inicia la exaltación de la sinuosidad del cuerpo femenino mediante el uso de las primeras cotillas, que con el paso de los siglos se acabarían convirtiendo en la piedra angular de la lencería femenina. Las cotillas y los corsés oprimían el cuerpo con sus estructuras de ballenas para resaltar la cintura y los senos, por lo que la ropa interior pierde su carácter higienista a favor de un objetivo puramente estético.

La Revolución Francesa de 1789 origina profundos cambios entre los que destaca la desaparición de cualquier elemento y símbolo vinculado a la monarquía y la antigua aristocracia. La nueva mentalidad burguesa impulsa la eliminación de las cotillas y corsés, proyectados como símbolos de opresión, a favor de una moda de inspiración rural en la que destaca el gusto por la moda de las clases populares. Destaca especialmente la adopción por parte de las mujeres burguesas del uso de un pequeño corsé colocado encima de la camisa siguiendo la moda de las doncellas.

Con la restauración monárquica de Luis XVIII regresan los grandes corsés que vuelven a convertirse en la prenda interior más reconocida por todas las clases sociales. Los corsés, situados bajo el vestido, oprimen el torso y la cintura para moldear la silueta femenina en forma de reloj de arena, resaltando el busto y la cadera.

A finales del siglo XVIII se inicia una revolución en la ropa interior femenina de la mano de Herminia Cadolle, una corsetera y fundadora de la tienda de ropa interior Cadolle, en la calle parisina de Chausée d´Antin, que en 1889 realizó y comercializó los primeros diseños de sujetadores como piezas separadas de los corsés. Cadolle diseño un conjunto de dos piezas llamado le bien-être (“el bienestar”) en el que la parte inferior era un corsé para moldear la cintura y la parte superior era un sujetador destinado a proteger los senos mediante el uso de tiras de tela que cruzaban los hombros.  El modelo se expuso en la Gran Exposición de París de 1900. El éxito del le bien-être fue de tal magnitud que en 1905 se comenzó a comercializar la parte superior del conjunto como una pieza independiente bajo el nombre de soutien-gorge (“el apoyo a la garganta”). La repercusión de los diseños de Herminia Cadolle la llevó a que gran parte de las reinas y princesas europeas requiriesen sus diseños, incluyendo a la bailarina Mata Hari que los popularizó en sus espectáculos.

 

Fotografía de Mata Hari (1905) con un diseño de Herminia Cadolle

Fotografía de Mata Hari (1905) con un diseño de Herminia Cadolle

 

Durante el siglo XIX y hasta 1914 se mantuvo la superposición de prendas interiores como la camisa, el pololo, el corsé, el cubrecorsé y las enaguas bajo la indumentaria. No fue hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial cuando se extiende el uso del soutien-gorge diseñado por Cadolle y se reduce el número de prendas interiores. La guerra y la consiguiente movilización de hombres a los frentes desencadenaron la entrada masiva de las mujeres en el mercado laboral. El desempeño del trabajo obligó a la adopción de prendas que garantizaran la libertad de movimientos con lo que desaparece progresivamente el uso de los corsés. Paralelamente, el mundo de la danza ejerció su impronta sobre la ropa interior cuando las bailarinas Isadora Duncan e Irene Castle abandonaron el corsé en sus espectáculos en busca de una  mayor libertad de movimiento.

 

Isadora Duncan durante su gira americana de 1915-18.  Fotografía de Arnold Genthe.

Isadora Duncan durante su gira americana de 1915-18.
Fotografía de Arnold Genthe.

 

Después de la guerra las mujeres afirman su autonomía cortándose el cabello y liberando su cuerpo. A partir de este momento la moda cambió totalmente gracias entre otras innovaciones entre las que destacan los diseños de Coco Chanel, quien impuso un nuevo estilo basado en la libertad corporal. No obstante, en los años 50 la faja y el avispero, un nuevo tipo de corsé que modela la llamada “cintura de avispa”, se imponen con fuerza y se recupera el uso de las enaguas bajo las faldas. No será hasta las décadas de los años sesenta y setenta cuando la ropa interior confiere una mayor libertad de movimiento gracias al impulso de los movimientos feministas, que toman el sujetador como un símbolo de la represión que padecen las mujeres.

 

Ropa interior femenina (1913) Revista de moda.

Ropa interior femenina (1913) Revista de moda

 

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