Capota

Ubicación: Sala 5. Romanticismo (1833-1868)

Cronología: 1840

Las capotas fueron un complemento indispensable en la estética romántica del siglo XIX pero su protagonismo social tiene su origen muchos siglos atrás. El sombrero, tanto masculino como femenino, ha sido un elemento fundamental en la moda hasta bien entrado el siglo XX, cuando quedó relegado exclusivamente para acontecimientos de especial relevancia social. Pero, hasta entonces, el sombrero era un elemento más de la indumentaria cotidiana y contenía un fuerte simbolismo porque, además de su uso utilitario, indicaba el estatus social de quien lo lucía.

La tradición de que las mujeres se cubrieran la cabeza se remonta a la antigua Grecia y Roma donde ocultaban el cabello bajo mantos, pañuelos y capuchas en eventos públicos. Esta tradición se mantiene en la Edad Media donde los valores cristianos imponen el recato y la sumisión como elementos de feminidad. El uso de mantos y pañuelos se extiende entre las mujeres de todos los estamentos sociales, aunque las pertenecientes a la aristocracia y la nobleza marcan la diferencia mediante el uso de tocados elaborados con materiales más caros y muy ornamentados. Era habitual, sobre todo a partir del siglo XVI, que las aristócratas encargaran el diseño de tocados que permitieran engarzar piedras preciosas para hacer ostensible su riqueza e imitar las coronas de los monarcas.

A partir del siglo XVIII la sombrerería se perfila como un oficio diferenciado de la confección de textil debido en parte a que la moda ilustrada impuso el uso de grandes pelucas empolvadas que convertían la cabeza en el elemento más visible del nuevo canon estético. El gusto de María Antonieta por los enormes tocados de fantasía, diseñados en su mayoría por la sombrerera Rose Berin en su establecimiento en la rue du Faubourg Saint-Honore de París, convirtieron a la reina francesa y a la ciudad de París, en el referente de la moda ilustrada.

Tras la Revolución Francesa (1789) se produce el triunfo de la clase burguesa que va a dar lugar a las Revoluciones del siglo XIX y que hace cambiar de manos el poder económico y político. La mentalidad burguesa impulsa nuevos cambios en la moda femenina en los que la indumentaria va a reflejar el ascenso social de la burguesía mediante el uso de piezas y tejidos ostentosos entre los que destacan las capotas.

Las capotas, a diferencia de los sombreros, son un tipo de tocado que  envuelve totalmente la cabeza y que se sujeta con cintas por debajo de la barbilla. La pieza seleccionada es un modelo de capota que se utilizaba como tocado para los paseos matutinos. Es un modelo sencillo, de estructura de paja, de copa redonda  y caída vertical hacia la nuca. El ala cubre el cabello y las mejillas dejando sólo al descubierto el óvalo del rostro.

Las capotas de paja comienzan a ponerse de moda en las primeras décadas del siglo XIX, cuando la Revolución Francesa impone un cambio de estilo en el que se destierran los excesos anteriores. Las capotas recogen la nueva simplificación estilística que se inspira en la indumentaria rural.  El ascenso de la mentalidad burguesa, y en especial la proyección de la burguesía rural, aboga por un tipo de vida menos artificiosa y más natural en la que las excursiones campestres eran tan importantes como los bailes de sociedad que se daban en las ciudades. Es en este contexto en el que se empiezan a usar las capotas como tocados de paseo para evitar los rayos del sol porque se consideraba que la piel oscura era señal de trabajo manual al aire libre. Es por este motivo que el ideal de feminidad burguesa  impone la palidez como modelo de belleza.

Esta moda europea no se impuso en España, donde se mantuvo el uso de velos y mantos de paño para cubrirse la cabeza. En el siglo XVIII se empieza a sustituir el manto de paño por otro tipo de tejido como la seda, que permite el diseño de encajes y fruncidos, sentando las bases de lo que posteriormente fueron las mantillas. La incorporación masiva de sombreros y capotas no se asienta en España hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando su uso supone un indicador social, algo que no ocurría en otros países de Europa donde el uso del sombrero era más universal y la clase social se medía por la calidad de las prendas o por el mayor o menor seguimiento que sus poseedoras hicieran de la moda del momento. No obstante, las mantillas no dejaron de usarse aunque su uso sí quedó relegado a ocasiones especiales. Las mantillas, los sombreros y las capotas se convirtieron, de alguna manera, en los símbolos de la lucha entre las dos Españas, es decir, entre los partidarios de un absolutismo político que defendía los valores nacionales tradicionales y que abogaba porque las mujeres españolas siguieran utilizando la mantilla, frente los liberales que buscaban en Europa una apertura de ideas y una modernidad que simbolizan en los sombreros y las capotas. De nuevo, la moda femenina adquiere un simbolismo político que convertía el cuerpo de las mujeres en la encarnación de los valores e ideales nacionales.

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