Las mujeres en el Museo González Martí

Vida Cotidiana

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El plato que hemos seleccionado –nº 8- refleja un tipo de cerámica  -vajillas idílicas- que la crítica ha calificado muchas veces de “popular” y en la que podemos observar la actividad de las mujeres como pintoras y, sobre todo, indicar cómo era valorado su trabajo.

El propio González Martí destacó que se trata de una serie de piezas producidas en Manises, probablemente a finales del siglo XVIII o principios del XIX. Son obras pintadas por manos femeninas, que hablan de uno de los momentos más importantes de su vida: su casamiento. Pero ¿cómo lograron las mujeres dejar un signo tan marcado de su género en estas obras? La respuesta está en la evolución que sufre la producción de Manises a partir de la expulsión de los moriscos a principios del siglo XVII. Con ellos se van los mejores pintores, los mejores fabricantes y toda la producción de la zona comienza a decaer. Además, otras fábricas como la de Alcora, fundada por el Conde de Aranda en 1727, y las que emergen en otros puntos de España que producen a la moda italiana –como Talavera, Toledo o Sevilla-, se llevan, según González Martí, los mejores ceramistas.

Mientras tanto, en la zona valenciana quedan obreros cristianos, moriscos conversos, y también las mujeres que, lejos de los grandes maestros, desarrollan una actividad al margen de las modas dominantes que les permite una mayor libertad creativa, aunque evidencie una menor perfección técnica.  González Martí calificó de “desorientada”  esta producción, pero reconocerá también una gran personalidad, imaginación e independencia creativa en la misma.

En el siglo XVIII,  hombres y mujeres trabajaban juntos en las fábricas, ellos seguramente modelaban, preparaban las arcillas o atendían el horno, mientras ellas pintaban en un contexto nuevo de libertad que permitía inventarse los motivos para adornar las piezas típicas que serían el orgullo de sus hogares: jarros donde alguna mujer se atrevió incluso a dejar su nombre, platillas y azucareros, aguamaniles, meleros, saleros, botijos, algunas vírgenes conmemorativas… piezas que adornarían las casas de los y las trabajadoras de las fábricas.

González Martí reconstruyó en su trabajo la creación de estas piezas: hombres y mujeres que trabajan juntos en la fábrica, se enamoran y proyectan casarse. Preparan el ajuar, y para ello, piden permiso al patrón para quedarse a elaborar las piezas para su hogar al terminar su jornada laboral. La novia tiene la ocurrencia de dejar memoria de los aderezos y ropas que prepara para su boda: la placa de plata dorada y esmeraldas, el collar de perlas, la alianza de pedida, el pañuelo de randas, la peineta con adornos repujados, los pendientes de diario, las arracadas para los días de gran fiesta, e incluso las orquillas y las medias y los zapatos. Una colección de objetos valiosos y significativos para un momento trascendental en la vida de una mujer. Una iniciativa de una trabajadora individual creativa que, sin embargo, debió tener éxito en su entorno ya que a partir de entonces las mujeres que se casan desearán tener este recuerdo con lo que las piezas se ponen de moda. Por una vez, las clases pobres y las mujeres, se hacen con el derecho de dejar memoria a través de objetos legados a sus descendientes.

Estas obras, valoradas por la crítica con cierta condescendencia, y explicadas como el producto del abandono de las fábricas por parte de  los grandes artesanos y pintores de la época, podemos leerlas hoy de una forma totalmente distinta y  positiva. Es curioso que su dibujo libre, poco realista e imaginativo, esté más cerca de la creatividad del siglo XX que la de su propia época, de hecho, nos resultan “más modernas” que las desarrolladas al estilo francés en fábricas como las de Alcora, Talavera o Sevilla.  La mano de las mujeres y las clases pobres no es más “imperfecta” sino más intuitiva, más efectista e imaginativa que la que se producía en la misma época y que ha sido siempre calificada como de gran perfección técnica.

En esta planta encontramos numerosas obras de creadoras femeninas, que ejemplificamos con la obra de Elena Colmeiro.

Elena Colmeiro (N.Silleda, 1932-)  es una de las grandes ceramistas y escultoras españolas. Se educó en Buenos Aires desde los 9 años  al exiliarse su padre, el pintor Manuel Colmeiro, y el resto de la familia. Volvió de Buenos Aires en 1955, y ha vivido en varios lugares del mundo como Estados Unidos, Holanda, Polonia y China. Tuvo éxito desde muy joven. En 1966 obtuvo el premio de la Bienal de Uruguay y en 1967 la medalla de Oro en Faenza, Italia, ciudad emblemática de la cerámica.

En su obra recoge y engrandece una de las grandes tradiciones creativas de las mujeres: los trabajos en la cerámica y la alfarería que atraviesan toda la historia de la humanidad. Paradójicamente, el término “alfarera” no está recogido y por lo tanto aceptado todavía hoy por el Diccionario de la Real Academia Española. Sólo aparece “alfarero”, enunciado en masculino. Una vez más la invisibilidad, la oscuridad proyectada sobre el hacer de las mujeres la tenemos representada en esta ausencia.

Sin embargo, los trabajos de las mujeres asociados a la alfarería están documentados desde los primeros yacimientos prehistóricos; por otra parte, en las sociedades actuales que han conservado formas de vida pre-industrial siguen siendo las mujeres las que producen los objetos de barro para las necesidades de la vida. En sus orígenes, la alfarería, si no de forma exclusiva, fue mayoritariamente practicada por mujeres. De forma progresiva, conforme se iba convirtiendo en una fabricación industrial especializada, las mujeres resultaron invisibilizadas en su colaboración con las tareas industriales. A partir del Renacimiento y en la medida en que los talleres de artesanos resultaban rentables, las mujeres eran suplantadas por ejemplo en la comercialización y la venta pública, pero seguían trabajando dentro de los talleres, sobre todo en la pintura y decoración de las piezas. Pese a que el trabajo como decoradoras ha sido continuo a lo largo de la historia, el resultado ha sido que la atribución de la autoría ha sido siempre adjudicada a los varones.

El devenir de las mujeres asociadas a la producción de la alfarería corre paralelo a lo que ha ocurrido en el mundo laboral contemporáneo. En momentos de crisis social o económica –por ejemplo durante las dos Guerras Mundiales- se les permitió a las mujeres el trabajo remunerado y, con ello, un cierto control del proceso de producción y distribución de las cerámicas.

En una artista como Elena Colmeiro podemos rastrear los cambios radicales que han vivido las mujeres a la hora de poder desarrollar los oficios atribuidos tradicionalmente de forma exclusiva a los varones. En la actualidad, las mujeres pueden ser ceramistas y aprovecharse de la simplificación de las técnicas en cuanto a la preparación de las materias primas y el fácil acceso a materiales que se comercializan a bajo coste y se venden ya preparados para modelar. Incluso la cocción de las piezas no requiere un horno de alta sofisticación. Además, es importante destacar que cuando se hacen oficiales las escuelas de Bellas Artes y la formación en la alfarería se convierte en parte de la formación académica, las barreras para la profesionalización de las mujeres, desaparecen.  Elena Colmeiro, por ejemplo, entró muy joven a formarse en la Escuela Nacional de Cerámica en Argentina. Hoy podríamos destacar a numerosas mujeres creadoras en esta actividad.

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