Las mujeres en el Museo González Martí

Trabajos masculinos / Trabajos femeninos: división de espacios y funciones - Creación y memoria de las mujeres. Patio cubierto

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Los paneles de azulejos que encontramos en este patio podemos leerlos como un ejemplo de la gran plasticidad que ha tenido la cerámica como sistema de comunicación y soporte de información, de gran persistencia y durabilidad a lo largo del tiempo y las culturas.  La humanidad ha podido leer en la cerámica las primeras escrituras, los primeros esbozos artísticos o las primeras narraciones míticas que los pueblos han ido creando para explicarse a sí mismos. Mientras que otras formas de guardar información a través de la escritura o la pintura realizadas sobre papiro, pergamino o papel eran objetos que pertenecían a las élites sociales, la expresión a través de la pintura o los decorados sobre cerámica, han sido forma de expresión para todas las clases sociales, todos los géneros, para lo refinado y lo vulgar, lo útil y lo inútil, lo decorativo y lo práctico. Ningún otro soporte informativo ha tenido esta capacidad de contar sobre la historia humana.

En este caso, estamos ante paneles que nos hablan de los tiempos de trabajo y ocio masculino, ocio compartido entre hombres y mujeres y una escena de cocina típica de finales del siglo XVIII que separa muy claramente las funciones de hombres y mujeres. Son piezas valencianas producidas después de un gran momento de cambio en el trabajo cerámico en la zona debido a varios factores: la fundación de la Real Fábrica de Loza del Conde de Aranda en 1727 construida en claves de producción neoclásica –racionalismo, influencia francesa, grandes pintores-, que quitó importancia a la producción de Valencia,  los cambios en la legislación gremial, la dificultad para las fábricas de la zona para obtener materias primas y la falta de mano de obra especializada, que se desplaza en ese momento a trabajar a otros centros industriales más importantes de producción cerámica, mientras la cerámica valenciana sobrevive en pequeños talleres casi siempre familiares.

En este siglo (1715) aparecen referencias escritas respecto a la participación de las mujeres en la producción cerámica, siendo citadas no sólo como vendedoras sino como regentadoras de talleres al figurar como viudas de algún maestro alfarero, ya que la viudez era uno de los pocos casos en los que los gremios solían permitir a las mujeres ponerse al frente de un negocio, al menos por un tiempo, sobre todo si había hijos pequeños. Además aparece la primera referencia en un arbitrio a prorrateo del Ayuntamiento que dice que se pagará entre “maestros alfareros, trabajadores y pintoras”, reconociendo así el trabajo de las mujeres. Sin duda, fue parte de ese reconocimiento la elección de las mártires Santa Justa y Santa Rufina, alfareras sevillanas del siglo III como patronas de Manises en 1746, lo que venía a refrendar el papel de las mujeres en los trabajos de la alfarería a lo largo de la historia al convertirlas en patronas del oficio.

Estos paneles se debieron realizar en la época posterior al decenio 1730-40, momento en el que se va desarrollando el concepto de familia burguesa moderna, y las ideas de la Ilustración han impregnado en el imaginario ideal burgués la idea de que la vida humana, si se desarrolla dentro de las claves de la racionalidad, puede conducirnos a la felicidad social. En ese contexto en el que se comienzan a separar los tiempos del trabajo de los tiempos del ocio, se produce una idealización de la vida doméstica, y en la medida en que después de la Revolución Francesa desaparece el control de la iglesia sobre los días festivos, se produce una transformación tanto en el concepto de ocio como de trabajo.

Del ocio habló ya Aristóteles como sinónimo de felicidad, refiriéndose al estado de todos aquellos que no tenían necesidad de trabajar, una actividad sin objetivos concretos. Para Aristóteles, sólo la música y la contemplación serían propiamente ocio. En los dos primeros paneles observamos una diferencia en cuanto a los temas: el ocio masculino está relacionado con las actividades de la caza y la pesca –actividades que también podríamos considerar dentro del mundo del trabajo-, mientras que en el panel donde aparecen hombres y mujeres, lo que vemos en realidad es una escena de galanteo.

Por “galanteo” se definen las relaciones comunicativas que dos personas establecen con el fin de establecer una relación de pareja. En las sociedades patriarcales, los varones son los “autorizados” a tomar la iniciativa y dirigirse a las mujeres, mientras que ellas son las que deben esperar a ser cortejadas. Sin embargo, lo que estamos viendo es otra cosa mucho menos estereotipada: hombres y mujeres desarrollando una actividad de ocio conjunto: una mujer con una partitura desplegada parece indicar a los demás las claves que deberán interpretar. Los instrumentos son populares, producen una música sencilla, no demasiado elaborada: pandereta, flauta y un triángulo… En la escena la representación es bastante equilibrada, todos participan en clave de igualdad mostrando que había espacios donde hombres y mujeres podían participar de forma igualitaria en determinadas actividades, aunque éstas fuesen de ocio y no de trabajo. Un ocio que también refleja un mundo de saberes.

En el panel de la cocina, sin embargo, vemos una escena que remite a la vida cotidiana de una familia de clase popular que exhibe en él la riqueza que posee: jarros, cazuelas, atizadores, barreños… todo un despliegue de objetos ordenados visualmente para que los veamos cada uno de forma individualizada, mostrando así su importancia. Toda la riqueza del hogar está ahí… las personas, los objetos o los animales domésticos, ordenados por orden de importancia: en el centro el matrimonio sentado en la mesa con sus funciones claramente separadas: él lee y escribe, ella cose…; en el suelo, la criada pintada a un tamaño sensiblemente menor que el resto de las figuras, lava la vajilla. Un texto nos dice claramente cuál es la intención última de la obra: mostrar las diferencias de funciones entre mujeres y hombres dentro del hogar: “El que mire este Pais / advierta prudente y Cuerdo / que D.º Joseph está leyendo / su muger está Cosiendo / Sebastian está mirando / Mariquita trabajando / Eleuterio como niño / a pelota está Jugando / y Anica con su estropajo / los platos está fregando. Año 1789 // Almivar // MEDITA/ CIONES. / CONPUE / STO POR / F. LUIS / DE GRA / NADA.”

El uso de determinados espacios en las casas burguesas, como se ve también en el fumoir, se convierte en las clases populares en la división de las funciones dentro de los hogares. Hasta una autora ilustrada como Josefa Amar y Borbón, que escribe en 1790 un tratado sobre la educación de las mujeres con el fin de equilibrar las desigualdades que le afectan, acepta como natural que el trabajo dentro del hogar sea una tarea exclusiva femenina: “Las mujeres están sujetas igualmente que los hombres a las obligaciones comunes de todo individuo, cuales son la práctica de la religión y la observancia de las leyes civiles del país en que viven…es decir, que no hay en este punto diferencia alguna entre ambos sexos y que, por consiguiente, ambos necesitan de una instrucción competente para su entero empeño… En estas familias privadas tienen las mujeres su particular empleo. Éste es la dirección y gobierno de la casa, el cuidado y crianza de los hijos, y sobre todo la íntima y perfecta sociedad con el marido”. 

La atribución de los trabajos domésticos a las mujeres, en contradicción con el desarrollo pleno de una vida pública, sigue siendo una de las grandes asignaturas pendientes incluso en las sociedades desarrolladas en las que vivimos, en las que las horas dedicadas al trabajo doméstico por las mujeres son mucho más elevadas que las dedicadas por los varones, aunque ambos actúen en la esfera pública y tengan un trabajo remunerado fuera del hogar.

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