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Las mujeres en el Museo González Martí
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El patio por el que accedemos al Palacio del Marqués de Dos Aguas, hoy Museo Nacional de Cerámica, contiene un programa iconográfico que, pensado para visibilizar los intereses económicos y culturales del propietario, ya nos pone en relación con interesantes discursos sobre el imaginario social y las funciones sociales que la sociedad del siglo XIX y parte del XX –heredera de referentes del mundo clásico- adjudicó a hombres y mujeres.
En los vértices de las ventanas superiores encontramos figuras que nos acercan al panteón divino de las sociedades clásicas, sociedades politeísta presididas por un dios supremo (Zeus, Júpiter) pero con divinidades femeninas y masculinas que actúan como referentes de poder para ambos géneros. Las figuras elegidas: Apolo (dios protector de las artes), Neptuno (dios del mar), Mercurio (mensajero del Olimpo y dios protector del comercio), Marte (dios de la guerra), Minerva (diosa con cualidades múltiples: sabiduría, inspiración creadora y magisterio en la paz y la guerra)- con atributos militares- y Diana (diosa de la caza). Ambas diosas asociadas a la virginidad y la castidad y a tareas no domésticas. El mensaje heredado sigue vivo: el espacio público de los intercambios, la información y el poder que puede derivarse del conocimiento es, esencialmente, masculino. Minerva, hija nacida de la cabeza de Zeus, integra –como privilegio- elementos y funciones propios de la poderosa virilidad. Esas funciones, generadoras de poder, están en la cúspide.
Al descender, las imágenes de las mujeres dominan el escenario representando las artes (arquitectura, escultura, música…) o la producción, íntimamente ligada a la economía mediterránea. Esta construcción de la representación de las acciones humanas a través de figuras femeninas, pero concretándolas en actores varones, se encuentra extendida en la cultura occidental no sólo en la representación sino en el lenguaje, donde el sustantivo femenino puede simbolizar la acción en abstracto y el agente se declina en masculino –ejemplo, la Justicia, el juez; la libertad, el libertador-. Así, estas figuras que nos rodean simbolizan la acción humana en abstracto que se materializa, sin embargo, a través del sujeto masculino.
Es en este conjunto de figuras femeninas alegóricas en el que, sin embargo, podemos intuir y pensar la realidad social de las mujeres: mujeres que estudian, cazan, defienden, transportan el agua, trabajan la tierra, transforman la producción y comercializan en mercados locales los productos de la tierra, tareas desarrolladas por las mujeres en todas las sociedades aunque la memoria social escrita haya ocultado esta participación social de las mujeres en la producción social de conocimiento y riqueza.
La serenidad que transmiten estas figuras de trazado clásico también nos conecta con el tiempo pausado de las sociedades agrarias, aún no contaminadas por la aceleración que impondrá la dinámica industrial. Pero esta iconografía nos puede conectar, además, con la idealización de la belleza femenina como instrumento de deleite social masculino, otra de las constantes históricas del arte en occidente, que ha utilizado la representación femenina –el cuerpo de las mujeres- como metáfora de todos los valores universales, tanto en positivo como en negativo.
Hoy podemos encontrar mujeres con nombre propio en todas las artes y actividades representadas.