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Las mujeres en el Museo González Martí
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Esta estancia nos permite hablar sobre la división de espacios masculinos y femeninos en las casas burguesas que, en sí misma, representa la separación radical de los ideales contrapuestos impuestos a hombres y mujeres a lo largo de todo el siglo XIX. Para las mujeres lo privado, la emocionalidad, las pasiones que hay que controlar; para los hombres lo público, lo político, la racionalidad o los valores de la ciencia.
En los hogares burgueses se escenificó esa escisión y el fumoir se convirtió en el espacio de privacidad masculina donde los hombres podían retirarse en soledad o en compañía de otros hombres después de las comidas. Su origen estaba en los clubs ingleses donde no se permitía la entrada a las mujeres. Esta costumbre llegó a España a través de las colonias inglesas y francesas.
La decoración que ahora mismo tiene esta sala no es la original, aunque conserva en el tapiz y en el detalles de la mesa alusiones a temas masculinos: la guerra en el primer caso o imágenes mitológicas de poder sexual, formalizadas en escenas de El rapto de las Sabinas, en la mesa. Lo tradicional era que los fumoirs se decorasen con elementos orientales, en muchos casos haciendo referencia a un oriente romántico y mítico, característico del exotismo tan del gusto decimonónico, en el que las mujeres formaban parte de ese universo imaginario donde un hombre occidental podía recrearse en la ensoñación de vivir un mundo exótico creado en la literatura y en la pintura, pero que no se correspondía con la realidad.
El espacio femenino en la casa burguesa era el boudoir que tenía un sentido totalmente diferente. Su decoración solía aludir a temas convencionales como la soledad y al retiro idealizado manteniendo un tono clasicista. Era el lugar que ocupaban las mujeres tras las comidas, mientras ellos se retiraban al fumoir. Sin embargo, el boudoir, que había surgido en Francia en el siglo XVIII, enseguida se cargó de valores peyorativos. El término procede del verbo bouder, que podemos traducir como manifestar el mal humor o el descontento. Era allí donde las mujeres rezaban, descansaban o se acicalaban… pero también un lugar donde podían liberarse del control masculino y tramar con otras mujeres historias alejadas de la moral convencional o, al menos, eso era lo que suponían algunos escritores del momento. A finales del XIX, la literatura misógina convirtió al boudoir en “el lugar donde pasar el mal humor”, aludiendo de forma eufemística a la supuesta “inestabilidad” propia del carácter de las mujeres.
El fumoir era un lugar privado donde tenían lugar encuentros públicos entre hombres. Un lugar donde descansar, leer en soledad o departir en grupo. Pero sobre todo, era el lugar donde fumar cigarros, una actividad entonces asociada al lujo y a lo exclusivo, ya que, si bien el tabaco se trajo a Europa después de la conquista de América, el fumar cigarros se puso de moda precisamente en ese siglo gracias a su importación masiva de Turquía, pasando a formar parte de los hábitos de gusto orientalista propios de la época a los que antes aludíamos. Y aunque se sabe que al principio del XIX había mujeres que fumaban, el hábito se convirtió, enseguida, en “cosa de hombres” elegantes y en signo propio de las mujeres “desviadas” de la moralidad requerida.
Al inicio del siglo XX, el fumar seguía siendo un hábito masculino, y no es extraño que las mujeres identificasen los cigarrillos como un símbolo de poder que, de forma simbólica, deberían conquistar. Pero esto fue una historia, no de liberación de las mujeres, sino del desarrollo de la publicidad y la propaganda. En 1928, Edwar L. Bernays, sobrino de Freud, de quien aprovechó sus teorías sobre el inconsciente, aceptó el reto de una marca de tabaco para introducir a las mujeres en el consumo del mismo. Se le ocurrió que podría conseguirlo si era capaz de tender un puente imaginario entre el uso del cigarro como un símbolo de desafío al poder masculino. Para ello, en el desfile de la Pascua en Nueva York, pidió a mujeres que formaban parte de la marcha que escondieran tabaco entre sus ropas y avisó a la prensa de que algo iba a ocurrir con las mujeres. A una señal suya, todas encendieron al mismo tiempo sus cigarros, causando un gran impacto en la opinión pública. Hoy sabemos que fumar y tener más libertad son dos actos que nada tienen que ver, pero en aquel momento, los simples y tóxicos cigarros se encendieron bajo el lema: “antorchas de libertad” y durante todo el siglo XX su uso se asoció simbólicamente al poder que podían conseguir las mujeres, apropiándose de símbolos y espacios masculinos. El museo conserva varias pitilleras seguramente utilizadas por mujeres a principios del siglo XX.