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ROMPIENDO ESQUEMAS: LAS MUJERES, REFERENTES DE PODER EN EL ÁMBITO PÚBLICO
Mujeres ligadas al poder imperial: emperatrices y sacerdotisas
La serie de emperatrices -esposas o madres de emperadores- está encabezada por la figura de Livia (nº de inv.2737), esposa de Augusto, primer emperador, de la que se nos ofrecen dos representaciones. Una de ellas la encontramos presidiendo el foro, junto al emperador Tiberio, en una iconografía sedente y con rostro joven y sereno a pesar de haberse realizado cuando tenía alrededor de 80 años. La obra está considerada una de las figuras femeninas mejor logradas en su tiempo y, posiblemente, portó una diadema imperial o una corona de espigas que reflejarían su divinidad por asociación con Juno o Ceres. En la sala también tenemos una imagen que asocia a Livia a la diosa Fortuna (nº de inv. 20332).
Livia fue una persona controvertida, odiada y amada en la sociedad romana, que ejerció una gran influencia sobre Augusto y sobre su sucesor, Tiberio, hijo de su primer matrimonio, para el que logró el apoyo y protección de Augusto en la línea sucesoria. Para algunos supo encarnar el modelo de matrona romana, casta y doméstica. Tácito escribió de ella: “Grande fue también la adulación de los senadores para con Augusta (Livia): los unos proponían que se llamara Parens Patriae, los otros Mater Patriae; los más, que se añadiera al nombre del César (Tiberio) el apelativo de hijo de Julia” (Anales, 1, 14, 1). Adoptada por Augusto -de ahí su adscripción a la gens Julia- son la base de la dinastía Julio-Claudia que gobernó el imperio romano en el primer siglo de nuestra era. A la muerte de Augusto fue sacerdotisa del culto imperial. Murió en el año 29, con 88 años, y fue divinizada por Claudio en el año 41. A su influencia se han querido asociar parte de las medidas que mejoraron la condición de las mujeres en su tiempo.
Junto a las espectaculares esculturas asociadas a Livia, tenemos las cabezas asociadas a emperatrices del siglo I y II de nuestra era. Como Livia, Agripina y Popea llegan al matrimonio imperial tras matrimonios previos. Ambas se han asociado a intrigas e incluso asesinatos para conseguir sus objetivos y debieron tener gran influencia sobre sus esposos. Agripina (nº de inv. 34433), que casó en tercer matrimonio con el emperador Claudio, su tío, -matrimonio para el que necesitaron dispensa del Senado- también consiguió que Claudio adoptase a su hijo -al que se nombrará Neron- para facilitar su acceso el solio imperial. Curiosamente, tanto Tiberio como Nerón, aunque en diferentes niveles, renegaron de sus madres. Tiberio le negó honores y reconocimientos y Nerón la condenó a muerte e intentó borrar su memoria. Livia fue divinizada por Claudio, que hizo lo mismo, en vida, con su esposa Agripina elevando así a la emperatrices a la categoría de diosas.
La memoria de Popea (nº de inv. 1961/37/2) se ha asociado a algunos de los violentos actos impulsados por Nerón en el ámbito familiar: la muerte de su anterior esposa y de su madre, así como la de la propia Popea, fallecida por el aborto que parece le provocó una agresión física del mismo. Popea ejerció una enorme atracción e influencia política sobre el emperador. Indro Montanelli la caracterizó como “una Agripina en el esplendor de su belleza… que quería hacer de emperatriz –función que estaba ejerciendo en nombre de Nerón su madre, Agripina- y para conseguirlo empujó a Nerón a hacer de emperador”. Parece que era conocida, más allá de por su influencia, por su belleza y frivolidad, así como por su capacidad de intriga.
Para el siglo II tenemos en la sala los retratos de dos emperatrices de origen hispano: Faustina la Mayor (nº de inv. 2002/114/5) y Faustina la Menor (nº de inv. 2012/31/1), madre e hija.Faustina la Mayor fue esposa del emperador Antonino Pío y su memoria se asocia a integridad, respeto y consideración en la sociedad romana. A su muerte fue consagrada Augusta y se levantó un templo en su honor en el foro romano. Debió tener preocupaciones sociales hacia la infancia, ya que Antonino Pío creó una fundación en su memoria, la Puellae Faustinianae, dedicada a atender a las hijas de los pobres de Roma, iniciativa que repetirá el emperador Marco Aurelio a la muerte de su esposa Faustina la Menor.
Faustina la Menor y Marco Aurelio -un matrimonio temprano y duradero- tuvieron 13 hijos en 30 años y ella le acompañó en sus campañas militares entre los años 170 y 175, año de su muerte a los 45 años de edad, en Halala -Turquía-, que tomaría desde entonces su nombre. A petición de Marco Aurelio, fue reconocida por el Senado como Diva Augusta y Madre del Ejército y se levantó un templo en su honor en la ciudad a la que dio nuevo nombre: Faustinópolis.
La historiografía afirma que las esposas de gobernadores de provincia también tuvieron gran poder y se visibilizaron con sus esposos, con quienes colaboraban en la administración.
Las críticas hacia las esposas o madres de emperadores no faltaron en su tiempo y se orientaron en dos sentidos fundamentales: conductas sexuales inapropiadas y prácticas de poder que, siendo habituales en los varones de su grupo, escandalizan de manera diferente cuando se asocian a mujeres.
La divinización de las emperatrices y el culto imperial abrieron a las mujeres una nueva vía de participación en el espacio público como sacerdotisas. Eran elegidas por los decuriones entre las ciudadanas y su posición no sólo institucionalizaba y prestigiaba la presencia femenina en un cargo público, sino que fortalecía la posición social de sus familias. La mayoría pertenecían a las élites y realizaron importantes obras de mecenazgo, así como ofrendas de joyas para embellecer las estatuas de las diosas. El mecenazgo fue, efectivamente, una forma de dejar memoria en femenino en el ámbito público. Este foro nos deja otros ejemplos en las estatuas, aras y estelas, dedicadas a mujeres, y por mujeres, que veremos a continuación.
Mujeres con reconocimiento municipal: poder y mecenazgo femenino
Aunque el foro fue un espacio esencialmente masculino, las 2 figuras femeninas, -conocidas como palliatas por la túnica o palla (nº de inv. 1961/37/1 y 1999/99/173)- que nos presenta el discurso del Museo, son prueba del reconocimiento social e institucional que recibieron algunas mujeres de las élites económicas imperiales por su benéfica función social. Es decir, por su evergetismo o mecenazgo, que tuvo orientaciones diversas: dotar a la ciudad de infraestructuras (termas, pórticos, basílicas, templos…), financiar banquetes y espectáculos públicos o apoyar a colectivos concretos a través de fundaciones. Ese reconocimiento supuso elevarles estatuas o lápidas conmemorativas en el espacio público, a veces financiadas por iniciativa de autoridades consulares o locales, a veces financiadas por ellas mismas o sus familiares tras el reconocimiento y autorización institucional. Hubo, pues, una clara y decidida voluntad de dejar memoria personal de su contribución ciudadana al bienestar público.
Junto a las esculturas citadas, el Pedestal de Avita Avia (nº de inv. 20222) y el Ara de Valeria Avita (nº de inv. 16.514) son ejemplos exquisitos de las diferentes formas -según la capacidad, deseo o autorizaciones- de dejar esa memoria escrita de sí y de la razón del reconocimiento hacia las mujeres.
Estas iniciativas debieron estar asociadas a mujeres que consiguieron la libre disposición y gestión de sus bienes por alguna de las vías que abría la normativa imperial, esencialmente a través de su condición de viudas.
Diosas y Musas: referentes divinos de poder, creencias y rituales de feminidad
El ara de Valeria Avita, consagrada a la diosa Cibeles, que podremos contemplar en la vitrina de religiones, nos acerca al mundo de las creencias y los rituales religiosos, así como a los referentes de poder femenino que ofrece el panteón romano.
El politeísmo de la sociedad romana ofrecía referentes de poder divino a las mujeres: las diosas. En el recorrido por el espacio romano, el Museo nos permite encontrarnos, entre otras, con Cibeles (sala 20, nº de inv. 2002/114/19), Isis (sala 21, nº de inv. 2084) y Venus (sala 21, nº de inv. 2002/114/22), diosas de larga trayectoria previa, asociadas a aspectos claves de la feminidad como la fecundidad, la maternidad o la protección en el parto, que debieron portarse a veces como talismán.
Como referente simbólico de poder femenino podemos considerar a las Musas, diosas asociadas a la capacidad que favorece el conocimiento y la inspiración creativa que -no lo olvidemos- se ponen al servicio de quienes en la vida real son considerados detentadores de las capacidades intelectuales para desarrollarlo y aplicarlo profesionalmente en el ámbito público: los hombres.
La iconografía de las Musas -que llegaron a ser 9 en el mundo griego y se irán asociando a partir de la Edad Media a las Artes liberales quedando reducidas a 7-, fue muy popular. El Museo Arqueológico nos presenta tres ejemplos exquisitos: una escultura representando a la Musa Urania (sala 21, nº de inv. 2004/79/1), protectora de la Astronomía, que aparece sentada sobre una roca contra la que se apoya una esfera en alusión a los planetas y la bóveda celeste; el Mosaico de las Musas (sala 23, nº de inv. 3619), octogonal, con representaciones de los creadores acompañados de sus musas -Urania con Arato en el sector III; Calíope, musa de la poesía, con Homero en el IV; Talía, musa de la comedia, con Menandro, entre otras; o el Sarcófago con musas y filósofos (sala 21, nº de inv. 1999/99/184) que podemos observar a espaldas de las representaciones de Livia y Tiberio y que reproducen el modelo de pareja musa-creador ya indicado.